El atardecer hablaba quedo,
a mi oido, preguntando cosas
que hasta hace un rato sonaban intrigosas.

Una gota de lluvia resvalaba por mi dedo
mientras el místico tono naranja del cielo
envolvia mis pensamientos.

Preguntaba cosas que no podía esponder
y algo dentro no quería ceder.

La brisa era delicada, agradable,
los colores jugaban divertidos entre las nubes
yo solo miraba, aquello era descrito como admirable
a placer de desconocidas voces.

El inaudible grito me distrajo,
aquella resiente compañia
que hasta hace poco era desconocida
trataba de hacerme gajos
ultimamente ya no lograba sorprenderme.

El atardecer seguía susurrando
aunque ya no era tan claro
para entender tuve que esforzarme
ignoré el grito, y me concentré en las gotas
marcaban un compás que tenía ritmo
mi cabello empezaba a enfriarse,
luego mi cara, las manos, los pies por último.
La sensación se tornó inexplicable,
poseía ese algo que hace de los momentos algo inigualable.

Un nuevo grito ensordecía el silencio,
hace tanto que los ignoraba
creo que último hablaba de melancolía,
ninguno de dolor,
narraban una historia fantástica
que por supuesto carecía un poco de lógica,
pero éste, este hablaba de amor,
la decición de no escuchar argmentaba
que hasta ahora solo narraban una escasa parte
de aquella historia épica que aún resitaba
aquella, la más feliz de todas las batallas
la más placentera de todas las novelas de amor
ese grito envolvía en él felicidad eufórica,
hablaba de ti...

La lluvia, el cielo, la brisa, el sol; tú
y esque ese momento en que me besaste y te besé
llovió dento de mi.

Te extraño...

Entonces lo escuché,
más claro y fuerte que siempre,
ahora todos gritaban,
el unisono de aquellos susurros
que se hacían silenciosamente ensordecedores...

Te amo, si, eso ya lo sabía,
solo que hoy,
me escuché decirmelo
.

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